Cuando un viaje familiar a conocer Italia tuvo la incorporación de una parada en la Ciudad del Vaticano, se accionó la idea delirante de tratar de regalarle a Francisco I la camiseta que combina los colores de la forma más perfecta que el universo ideó. Y era delirante porque ir al Vaticano no es sinónimo de ver a la figura máxima de la iglesia católica “así nomás” caminando por la calle. Y ahí sucedió un nuevo momento bisagra: “Hay posibilidades de presenciar una audiencia pública”. Tragar saliva y pensar tranquilamente qué hacer. Falta un dato no menor, el viaje arrancaba en un par de días.
Si bien cada vez que emprendo un viaje, sea a un destino nuevo o conocido, en el país o en el exterior, lo primero que ingresa a la mochila es una camiseta y mi bandera, necesitaba algo más, algo que simbolizara aún más ese sentimiento y que fuera original e importante para regalarle al mismísimo Papa. Y aunque la posibilidad de poder entregarle un regalo era aún remota, se me ocurrió que había que intentar preparar algo diferente. Decidí contactar a Esteban, que tenía buen vínculo con el plantel y le comenté lo que quería hacer. Había que lograr que todo el equipo firmara una camiseta. Por esta causa, él sacrificó una “tricolor” que tenía y logramos tener el regalo perfecto. Una camiseta del club firmada por todo el plantel que cada fin de semana se la ponían para defenderla. Y una vez logrado, tener ese gran regalo, a contrarreloj, comenzaba la segunda parte de la historia. El viaje tenía unas cuantas paradas previas al Estado más pequeño del mundo y en todos esos lugares imponentes la camiseta que llevaba la firma de todo el plantel tricolor fue retratada.
Finalmente llegó el día indicado y nuevamente, el destino, nos tendría preparada una sorpresa increíble.
Cuando pensábamos que estaríamos en medio de la Plaza San Pedro y que podríamos verlo pasar a Francisco a unos metros y desde ahí hacer malabares para poder darle nuestro regalo, la generosidad de personas allegadas a él, nos posibilitó presenciar su audiencia pública a escasos metros de donde se impartió la ceremonia y poderlo saludar con apretón de manos y beso incluido. Ahora los nervios pasaban por pensar en qué decir en esos breves pero movilizantes segundos de cara a cara con una de las personas más importantes del planeta. Y entonces nos repartimos las tareas con mi hija; ella le entregaría la camiseta y yo le contaría algo de nuestro club. Y así sucedió. Sofi luego de ser saludada por Francisco le dio, con un poco de vergüenza ante una multitud que observaba desde una repleta plaza, la camiseta tricolor, y yo rápidamente le mencioné que éramos hinchas de Almagro. Su primera respuesta fue sonreír y decir “Que bien”. Observó la camiseta como todo buen futbolero. Y sí, argentino y amante del futbol, obviamente le encantaría. “Como usted dijo que había que hacer lío, hace unos meses los jugadores de nuestro club hicieron lío y nos regalaron un ascenso”, le dije riendo. Una nueva sonrisa y un “Gracias, muchas gracias” de su parte coronaron ese emotivo momento. Momento que será imborrable en nuestro recuerdo y en nuestros corazones.
Hoy esa camiseta debe de estar en algún lugar del museo del Vaticano junto a otras que no tienen el privilegio de ser tan bellas como la del tricolor. Y Francisco, el Papa que llegó del sur para cambiar todo, descansa en paz luego de haber hecho mucho lío en este mundo.
Mariano Villagra